POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Hoy sigo con la segunda novela del escritor australiano Morris West, al que en esta columna de culto dedico el análisis de una trilogía que es fundamental en la obra del prolífico autor. Hoy toca el turno a La salamandra. La columna anterior estuvo dedicada al análisis de Las sandalias del pescador. Sale y vale.
La salamandra / Morris West (II)
Un golpe de Estado en la década de los 70 del siglo XX era algo común en los países entonces catalogados como tercermundistas, pero no en Europa. En el continente de América, sobre todo en Centro y en Sudamérica, los golpes de Estado y la imposición de gobiernos en manos de juntas militares, era la tónica, pero no en uno europeo como la bella y admirable Italia. Bueno, de eso es de lo que trata la novela La salamandra, del escritor australiano Morris West, que nos sumerge en una historia de espionaje a la italiana.
El continente americano estaba sumido en esos tiempos setenteros en diversos gorilatos en Centroamérica y en Sudamérica, donde las dictaduras de ultraderecha (de la izquierda sólo sobresalía la de Cuba, en El Caribe, con el clan de los Castro) florecían lo mismo en Argentina (Videla), Chile (Pinochet), República Dominicana (Trujillo), Haití (Duvalier), Paraguay (Stronssner), Nicaragua (Somoza) y un largo etcétera. En África, el continente olvidado por todos, era semillero de dictadores también.
Pero el terrorismo de los años 70 llegó a los países europeos y las juntas militares se dieron sus mañas para sentar sus reales en la europea Grecia, donde un consejo de coroneles dio un golpe de Estado y tomaron el poder en esa frágil democracia. En este contexto real es el que se desarrolla la historia ficticia de Lasalamandra, donde existe el fundado temor de que ocurra un golpe de Estado en una convulsa Italia, que por esos tiempos, a principios de los 70 (la novela es de 1973), su democracia corría grave peligro, algo que es preocupante en cualquier época de la historia.
El autor australiano, metido en la piel y la mente del toscano Dante Alighiere Matucci, un tocayo del célebre poeta medieval florentino, en varias ocasiones hace notar lo que implica que una democracia desaparezca para sustituirla por un gobierno de corte militar, que era lo que en los 60 y los 70 se estilaba. Hoy, empero, los políticos con ideas autoritarias, sin una visión definida de gobernar un país con respeto a todas las libertades, se generan –paradójicamente— en elecciones democráticas. Los casos son tan disímbolos como el de Estados Unidos (Donald Trump) y Bolzonaro (Brasil), que ya se largaron, pero aún queda el de amlo.
Así, pues, el personaje protagónico de La salamandra, que es un carabinieri del SID (Servicio de Información de Inteligencia), es una especie de espía italiano que no tiene mucho interés por la política –se define de centro—, pero conoce lo que es una dictadura, ya sea de izquierda o de derecha. Metido en su personaje italiano (también toscano, como su homónimo poeta medieval), reflexiona sobre el riesgo de estar bajo un régimen autoritario:
“… Comprendía la seductora ilusión de la dictadura: el que un hombre mesiánico, armado de un poder total, pudiera imponer el orden y la unidad con un movimiento de su centro…” Bueno, ese es el riesgo que se corre en Italia a principios de la década de los 70, cuando en el arranque de la novela de Morris West muere en su casa el conde Massimo Pantaleone, General del Estado Mayor, que estaba en preparativos para un golpe de Estado en el país de la bota.
El coronel del SID es comisionado para hacerse cargo del asunto, lo que implica que se hará el menor ruido posible mediático y que se ocultará que en realidad fue asesinado. En el transcurso de la investigación, el carabinieri se da cuenta que el militar preparaba un golpe militar contra el débil gobierno democrático italiano, pero sólo para sustituirlo por otro general, Leporello, un vigoroso viejo que tiene el apoyo de diversos grupos de poder; entre otros, el del Director del SID (un tipo de la monarquía), que para colmo es el jefe de Matucci.
La trama se vuelve muy entretenida e interesante, sobre todo para todos los que admiramos la cultura y la gente italiana, pues prácticamente toda la novela (con breves estancias en la vecina Suiza) se desarrolla en Italia. Es así que en esta novela nos podemos adentrar un poco más en la idiosincrasia de los nacidos en la bella península que es bañada completamente por el Mar Mediterráneo, que parece como si pertenecieran a tribus o clanes, pero no su país.
Así, de acuerdo con el autor, los italianos nunca dicen que son de Italia, sino de algunas de sus muy hermosas regiones; por ejemplo, alguien se te presenta como genovés, como romano, como veneciano, como napolitano, como milanés, pero nunca como italiano. En cambio, en México decimos ser mexicanos en primera instancia; en segunda instancia, damos a conocer el nombre de nuestro estado: si eres colimense, si eres michoacano, si eres jalisciense (o tapatío, de la enorme área metropolitana), si eres sinaloense, si eres chihuahuense, etcétera. En tercera instancia se puede decir si uno es comalteco, regio, pachuqueño, celayense, toluqueño, zamorano, moreliano, etcétera.
De manera, pues, que gracias a la idiosincrasia de los italianos, la de Morris West no es propiamente una novela de espías y de espionaje, sino una intriga policiaca que gira en torno a los preparativos del golpe de Estado y a la urgencia por tratar de desbaratar el complot por parte del personaje protagónico (Matucci), que es apadrinado por un poderoso y rico industrial (Bruno Manzini), que viene a ser hermanastro del asesinado conde Massimo Pantaleone, cuya única pista para rastrear su asesinato es una tarjeta con una salamandra oculta en un libro.
Las pistas llevan a altos jefes de gobierno, a empresarios e industriales, a militares; en fin, la adrenalina está garantizada en La salamandra, donde tampoco falta la bella del cuento, que en este caso no es italiano, sino la polaca Lili al servicio de la inteligencia de los comunistas, que queda atrapada en medio de la intriga de latinos que no confían ni en su madre.
Aunque el golpe de Estado fracasa y es denunciado con un final literalmente cinematográfico, lo interesante de la historia es destacar que hay personas que aman a su país y hacen todo por defender la democracia, algo que no se hubiera podido hacer en países menos demócratas y con políticos más inclinados a la corrupción. O sea que entre los griegos y los italianos pesó más el pasado histórico del país precursor del derecho romano.