POR Bibiano Moreno Montes de Oca
De haberme quedado en Colima durante toda mi infancia y adolescencia, en vez de ser llevado a vivir a la ciudad de Guadalajara por cerca de seis años, me hubiera encontrado ante la disyuntiva de elegir continuar la secundaria entre las dos más prestigiadas de su tiempo: la Técnica 80 o la Federal. Cualquiera de los dos centros de estudios me hubiera aceptado, pues al pertenecer al Barrio Alto (específicamente, por la Felipe Valle, entre las calles General Núñez e Ignacio Sandoval), ambos se encontraban en el mismo rango de distancia.
Sin embargo, al perder un año al ser conducido a vivir a Guadalajara, así como dos más porque no estudié después de concluir la primaria en la capital tapatía (conocida como Escuela Primaria Urbana No. 67), a los 16 años de edad ya no me adaptaba para ingresar a alguna de esas dos escuelas legendarias que estaban en permanente y sana competencia por tratar de sobresalir una por encima de la otra. Por tal razón, ya adolescente, mi mejor opción fue la Escuela Secundaria 2 Nocturna, dirigida por el querido profesor Santiago Velasco Murguía, aunque el subdirector era un viejo ojete que es el abuelo materno del que sería el diputado machetero de triste memoria.
El haber ingresado a la Nocturna fue lo mejor que pudo haberme pasado en la vida: si bien la 80 y la Federal eran las mejores secundarias de Colima, buscadas por igual por padres y alumnos, la 2 tenía lo que ninguna otra podría compensar con toda su fama bien ganada: una pléyade de maestros entrañables que difícilmente podrían volver a reunirse en un solo lugar. Así, pues, tuve la gran fortuna de contar con educadores de la talla de Gregorio Macedo López, Ismael Aguayo Figueroa, Federico Rangel Fuentes, Salvador Cisneros Rodríguez, Manuel Cedeño, Andrés Martínez García, Gilberto Flores Alcaraz, Santiago Velasco… y, por supuesto, Genaro Hernández Corona.
Al profesor Genaro Hernández Corona, maestro de las materias de Español y de Gramática en esa escuela secundaria nocturna para trabajadores, lo recuerdo con sus pantalones muy por encima de la cintura, bajito y de complexión robusta, cuya figura contrastaba con una potente voz. Era un personaje muy educado, pero muy enérgico en su trato, que no dejaba lugar a confiancitas. En el aula era implacable: dictaba textos gramaticales que había que escribir presurosamente en la libreta solicitada con anticipación para el caso, so pena de dejar inconcluso el trabajo. Ciertamente, fue severo, pero justo, como todo humanista que se precie de serlo.
Recién cambiados del edificio del centro de la ciudad a la colonia San Pablo, donde siempre compartimos espacio con la Secundaria Femenil No. 8 Matutina, no olvido cuando a veces, tal vez por lo aprensivo que era, desde la explanada dedicada a las ceremonias cívicas, nos gritaba a algunos de los alumnos que nos encontrábamos en los descansos de las escaleras que conducen hacia el segundo piso: “¡Título!”. Y es que, para ahorrarse tiempo, a continuación, nos dictaba el título de la clase que nos dictaría unos momentos después, ya una vez en el salón frente al grupo.
Durante muchos años fue director de la primaria Gregorio Torres Quintero, lo que le creó gran fama, pero yo no estuve en esa escuela y, por tanto, no sé de primera mano cuanto allí haya ocurrido en su largo periodo. Eso sí: por ahí pasó otro querido profesor por muchos años: Enrique Pacheco Aguilar. Por supuesto, como buen conocedor del idioma, el profesor Hernández Corona fue autor de varios libros bien escritos, la mayoría de ellos de corte histórico, faceta que cultivó y que quedó reflejada en varios títulos dejados para la posteridad.
Hoy que el profesor Hernández Corona ya no está con nosotros físicamente, en cuanto repaso los nombres de los educadores que dejaron su huella en la 2 Nocturna, llego a la conclusión de que esa camada de personajes entrañables ya no se volverá a repetir en una versión renovada. Tal vez sea porque hace casi medio siglo éramos menos en Colima, pero lo que es hoy, muy difícilmente se podrá señalar a alguno en especial que se dedique a la docencia y que se encuentre al nivel de los antes mencionados.
Me perdonarán los maestros actuales, pero no existe ni volverá a existir uno que esté a la altura de Genaro Hernández Corona, de Ismael Aguayo, de Gregorio Macedo, de Salvador Cisneros, de Federico Rangel Fuentes, etcétera; pero de existir, si ese fuera el caso, nadie lo conoce ni sabe sus cualidades. Claro, aparte de que la de ahora es una generación muy diferente a la de hace medio siglo, también hay una razón adicional: ahora ya somos más y la voz de ese maestro se pierde entre la multitud.