POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Algunos autores se ven prometedores en su incursión en la literatura del género negro, pero lo cierto es que a la mera hora no ofrecen todo lo que prometen, como el caso del escritor inglés Nicholas Blincoe, que por ser de Londres uno supone que nos va a dejar sorprendidos a todos con sus historias. Al menos eso es lo que tenemos con la novela Noches ácidas, a la que la crítica le dio la bienvenida con todos los honores al ser lanzada originalmente al mercado a fines de la década de los 90 del siglo pasado.
En la solapa de la tercera de forros, un medio llamado What´s on in Brimingham se atreve a vaticinarle lo siguiente a la novela del escritor Nicholas Blincoe: “Sólida y ultramoderna en extremo, Noches de ácido abre el camino para la novela negra del futuro. Blincoe da otra vuelta de tuerca al género”. En El Observer, en tanto, se sostiene lo que sigue: “Noches de ácido es la novela negra británica sobre la generación de los noventa. Blincoe, con habilidad para los diálogos, evoca con brillantez los delirios semiilegales de la cultura tecno”.
No hay duda que la historia se refiere a la generación de los 90: precisamente se publicó el año de 1999, pero está lejos de ser la más representativo del género negro, y mucho menos de Inglaterra, país que se precia de tener a los mejores exponentes del thriller. No obstante, Noches de ácido no es una novela para desdeñarse por completo, pues nos retrata fielmente el sórdido bajo mundo de Manchester, una ciudad británica fría y lluviosa que contrasta con el Miami del que procede una asesina que tiene una misión mortal en el país europeo.
La latina Estela Santos tiene el encargo de ir a asesinar a un individuo que se quiere salir del negocio de la protección de sus discotecas para dárselo a la que viene a ser la competencia, que se vería sumamente favorecida. En el fondo, el tipo que se convierte en el blanco de la asesina, John Burgess, se dedica a lavar dinero con sus florecientes negocios de las discotecas (uno de ellos la disco Gravity, donde tiene lugar la mejor parte de la acción del final), algo que no tiene nada contento al capo de la droga que lo mandó matar desde el otro lado del Océano Atlántico.
Es de aclarar, como se advierte en la misma contraportada de la novela de Nicholas Blincoe, que la latina Estela Santos es un transexual en toda la regla, pues nació como varón con el nombre de Paul Sorel, un homosexual negro que trabajó hasta 12 años atrás para el crimen organizado de Manchester, de donde tuvo que huir porque peligraba su vida y se libró de ser violado por el mismísimo John Burgess, que a su vez es un maricón con un carácter explosivo, siempre bajo la protección de un torvo sujeto de nombre Bernard.
Lo cierto es que la intención de Estela Santos por ir a cumplir el encargo a la ciudad de Manchester es motivada por la venganza: estuvo a punto de ser violada por el mafioso dedicado al lavado de dinero (al menos esa es la leyenda urbana que hay alrededor de ese hecho del pasado), para lo cual en el camino hace equipo con varios personajes que, aunque cercanos a John Burgess, lo detestan y no verían con malos ojos que fuera borrado del mapa por un narco latino que vive en la ciudad norteamericana de Miami, el cual se vale de un transexual para lograr su objetivo.
Al final de cuentas, la venganza de Estela Santos no se llega a concretar, pues en realidad nunca estuvo en peligro de ser violada, por lo que el tal John Burgess es detenido y encarcelado por sus negocios ilícitos, que la burocrática policía de Manchester se olía, pero que no tenía pista alguna para poder agarrarlo con las manos en la masa para echarle el guante. La caída del mafioso inglés se debe al desmadre que le arman la propia latina y algunas bandas rivales que se le unen al que 12 años atrás se conoció como Paul Sorel, como el DJ Junk, su asistente Theresa y algunos más.
Parte importante de la trama es un tipo de nombre Michael, antiguo hooligan que en las décadas de los 70 y 80 del siglo anterior iba al estadio de Manchester para hacer su desmadre, junto con otros compañeros, pero fue encarcelado algún tiempo y ahora se dedica a venderle drogas blandas a los jóvenes en un hotel de mala muerte. La vida de ese individuo es una descripción de los hooligans reales que se hicieron famosos en el mundo entero por su afán de causar vandalismo en los partidos de futbol en los que jugaban sus equipos, incluso en el extranjero.
La parte final de la novela, que es la más intensa, en el cine hubiera sido una verdadera delicia para los cinéfilos con un director eficaz en el manejo de actores y efectos especiales. Las descripciones del escritor nos dan una vaga idea de lo que ocurre en el interior de la discoteca Gravity, pero un buen cineasta nos haría un gran favor si armara toda la secuencia con maestría, como lo demostró Michal Mann en la cinta titulada Fuego contra fuego (1995), que realizó las mejores escenas jamás lograda de la balacera que se arma después del atraco al banco en una ciudad de Estados Unidos.
Con actorazos de la talla de Robert De Niro, Tom Sizemore, Val Kilmer, Al Pacino y Jon Voight, el director Michael Mann nos dejó una secuencia inolvidable de lo que es una escena de acción hecha con maestría. Bueno, en la balacera de la novela Noches ácidas, de ser llevada a la pantalla grande, podría hacerse algo parecido de manera visual, pues en el papel nos quedó mucho a deber el escritor inglés Nicholas Blincoe.
Por último, he de señalar que la novela maneja muy bien la jerga del bajo mundo de Manchester, salvo por un “pequeño” detalle: la traducción del inglés al español fue hecha por alguien que logra trasladar la lengua de Shakespeare al de Cervantes, sí, pero al del bajo mundo madrileño, no al manchesteriano. ¿Le suena a usted la trena (la cárcel)? En México y en los países latinoamericanos de habla hispana ese lenguaje nos deja en ascuas.