POR Bibiano Moreno Montes de Oca
En el polémico libro El Rey del Cash, de la periodista y escritora Luz Elena Chávez, la colega de profesión Anabel Hernández (la Oriana Fallaci mexicana) califica a amlo como “el Agamenón criollo”, en la tradición de la mitología griega que empleó el político, educador y escritor José Vasconcelos, que se califica a sí mismo como Ulises Criollo en el libro autobiográfico que legó para la posteridad el también creador del lema de la UNAM: “Por mi raza hablará el espíritu”.
La periodista y escritora Anabel Hernández, autora del prólogo de El Rey del Cash, expone lo siguiente sobre Agamenón, rey de Micena y hermano de Menelao: “Ciego de la hybris (concepto helénico que se traduce como desmesura o soberbia), con tal de obtener el triunfo y la gloria de la guerra de Troya, traspasó todos los limites posibles creyendo que podía romper el equilibrio sin consecuencias y acabó exterminado por sus propios excesos”.
Concluye así su exposición la Oriana Fallaci mexicana: “El Rey del Cash es el relato de una tragedia a la mexicana, la del ´Agamenón criollo’. El de la mitología griega desnudó y descuartizó a la hija obediente y virgen en ofrenda a los dioses para conquistar todo a su paso; el de esta versión mexicana es uno que está descuartizando la patria”.
Así, pues, con tales antecedentes dichos en el prólogo, el libro de Luz Elena Chávez es todo un compendio de atrocidades cometidas por el que, con justa razón, fue calificado a tiempo como “un peligro para México”, pues a cuatro años de haber iniciado el periodo cuatrotero que se dice transformador (en realidad, es destructor), el país se encuentra sumergido en la peor tragedia de que se tenga registro en la historia moderna.
El libro El Rey del Cash da santo y seña de los moches que comenzó a recibir amlo desde mucho antes de que fuera jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, lo que se institucionalizó después de haber perdido por primera vez la elección de presidente de la República en 2006, donde participaron oscuros personajes que lo han acompañado desde entonces, donde sobresale el que fuera su eterno jefe de prensa desde el 2000, el colimense César Yáñez Centeno y Cabrera, personaje que se convierte en el protagonista principal del documento, junto con el macuspano, cuyo título es en sí todo un homenaje a la corrupción.
Al ser esposo de la autora del libro en los años claves previos de amlo en su lucha por obtener el poder a cualquier costo (lo que consiguió en 20218), César Yáñez se convierte en una figura fundamental al lado del tabasqueño, del que no sólo fue su jefe de prensa desde principios del nuevo siglo, sino también su correveidile, su lustrador de calzado, el que le redactaba los discursos y hasta manejaba sus redes sociales (en Twitter), le limpiaba el asqueroso peine lleno de caspa y hasta era su consejero matrimonial y su confesor.
Esa relación amo-esclavo la cumplen a la perfección amlo y César Yáñez, sin cuya ayuda el viejo que hoy habita Palacio Nacional se sentiría desvalido totalmente, pues está claro que prácticamente le hacía todo a un inútil y bueno para nada que ni manejar el teléfono móvil sabía. Esto lo hace notar la autora cuando, una vez que utilizó el artilugio de la esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, ésta le puso una soberana regañada por haberlo usado para tratar de llamarle a Yáñez, recriminándole que ni sabía cómo se usa.
Por tanto, más que todo lo que se ha escrito ya sobre el libro El Rey del Cash, incluidas los importantes testimonios de Guadalupe Acosta Naranjo, Ricardo Pascoa Pierce y Fernando Belanzuarán, vale la pena centrarse más en la figura del colimense César Yáñez Centeno, quien es descrito por la que fue su esposa como un marido ausente, entregado por completo a la causa de su amado amlo, en lugar de responsabilizarse de su hogar y de aportar algo para contribuir al sostén de la economía familiar, atenido a que Luz Elena Chávez siempre tuvo trabajo y se encargaba de todo.
Encargarse de todo aquí significa lo que es ser una esposa amorosa, leal, fiel, sacrificada hasta el extremo, como lo hace cualquiera que tiene en su marido al sostén de la familia. En el caso de César Yáñez no era éste el sostén de nada, pues a Luz Elena Chávez le tocaba la tarea completa: le hacía de comer, le hacía lonche para llevar (a veces hasta para que lo repartiera con amlo, pues la Bety seguía como si fuera soltera), le preparaba una maleta con ropa limpia, ya que el güevón no movía un dedo en la casa, pues se la pasaba viendo la TV o dormido. De hecho, los discursos y los mensajes para las redes sociales del tabasqueño los revisaba ella, atenido a que su mujer sí es una periodista profesional.
La entrega de ella contrastaba con el desdén del vividor César Yáñez, que era prácticamente un mantenido, pues mucho tiempo no obtuvo un ingreso seguro, hasta que los moches conseguidos por amlo entre empresarios afines y políticos de su partido (primero el PRD y después Morena) lograron que su ingreso fuera de 50 mil al mes. Como sea, no se notaba ningún apoyo del marido, que parecía más bien que estaba casado con el tabasqueñito depredador, si bien es cierto que también parecía que el hoy inquilino del palacio virreinal estaba casado con su vocerdo y no con la confianzuda de la Gutiérrez Müller, que no lo respetaba mucho hasta antes de que, finalmente, obtuvieran el poder en 2018.
Así, pues, contrastantemente con la entrega total de Luz Elena Chávez, a la que ni siquiera fue capaz de hacerle un hijo, César Yáñez era una extensión de la vida que vivía amlo y, en sus escasos momentos libres, le fue infiel con la empresaria tlaxcalteca Dulce María Silva Hernández, encarcelada por el despojo de miles de metros cuadrados de tierras destinados a ancianos en el estado de Puebla. al grado de exigirle a su esposa que vendiera la casa que habitaban ambos y le entregara dos millones de pesos.
El cinismo de César Yáñez no tiene límites: le pidió que le entregara el dinero y le diera su libertad, cuando el cabrón vividor nunca estuvo al lado de la esposa, Luz Elena Chávez, a la que sí jodió hasta cuando ella estuvo a punto de tener un trabajo mejor pagado, pero a lo que él se negó que lo aceptara por ser de alguien ajeno a Morena. Eso sí: en compensación por rechazar el empleo, César Yáñez le consiguió otro al lado de Claudia Cheinbam Pardo, a la sazón recién electa alcalde de Tlalpan, con un sueldo menor, lo que ella no aceptó.
El caso es que la suma exigida a su esposa –un vil chantaje— ni siquiera era para él, sino para ayudar a que su nuevo amor pudiera salir libre por la fianza de 10 millones de pesos fijada por un juez para que pudiera abandonar la cárcel. Por cierto, el caso fue ventilado públicamente por el columnista Raymundo Riva Palacio. Y también, al estilo amlo, negado todo, como siempre. Al tiempo, como se sabe, tuvo lugar la rumbosa boda entre el colimense y la tlaxcalteca, lo que no le gustó nadita al hipócrita amlo, por lo que se convirtió en la tumba política por casi cuatro años del entonces recién casado, hasta que fue rescatado con una posición en la Secretaría de Gobernación.
La propia autora de El Rey del Cash hace notar que, a pesar de no tener fortuna alguna su ahora ex esposo, éste logró comprar una vivienda en un millón 600 mil pesos, supuesta propiedad de la Gutiérrez Müller (que era muy confianzuda con César Yáñez y con Octavio Romero, hoy director de Pemex), cuyo valor real es de 2 millones 300 mil pesos. La diferencia de 700 mil pesos hace suponer a la autora del libro que la esposa de amlo podría ser prestanombres de alguien más, lo que a estas alturas ya no sería ninguna novedad, tomando en consideración la forma tan corrupta en la que se ha manejado la parejita presidencial en el poder durante estos últimos cuatro años.
Ese mismo César Yáñez, al que se conoció mucho tiempo en la lucha de amlo por el poder como su mano derecha (seguramente porque la mano derecha es la que usa para limpiarse el culo después de cagar), es el que explica el origen del por qué el tabasqueño podía transitar todo el país sin tener problemas en los lugares donde el control del crimen organizado era muy evidente. Al respecto, el colimote decía acerca de los narcos: “Tenemos acuerdos: no nos metemos con ellos, ellos no se meten con nosotros”. ¿Qué tal?