POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Con la novela titulada Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, concluyo mi análisis sobre una trilogía dedicada a los grandes autores de la ciencia ficción, como son los escritores Ray Bradbury (Farenheit 451), Aldous Huxley (Un mundo feliz) y Philip K. Dick. Así, pues, adelante con los faroles.
Fluyan mis lágrimas, dijo el policía / Philip K. Dick (III de III)
La pérdida de identidad es un tema recurrente en la literatura y el cine, sobre todo en el caso de un escritor excepcional como lo es el norteamericano Philip K. Dick, que combina con maestría inigualable la ciencia ficción con el thriller policiaco. Y aunque muchos no lo hayan conocido directamente por sus libros, sobre el célebre autor supieron de manera indirecta a través de la cinta de culto Blade Runner (Ridley Scott, 1982), basada en la historia del cuento titulado ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, donde se plasman en la pantalla grande todas sus obsesiones futuristas.
La lectura de la novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía podría suponer una tarea harto difícil, pues se trata de la pérdida de identidad de un personaje llamado Jason Taverner, un tipo que es cantante y tiene un importante programa de TV de una hora de duración, de 9 a 10 de la noche, que es seguido por 30 millones de televidentes desde tres años atrás. Sin embargo, hincarle el diente a esta historia de Philip K. Dick es una tarea no muy complicada, ya que se trata de una historia sencilla, si bien se desarrolla en el año de 1988 completamente diferente al que conocimos los que vivimos en esa época maravillosa.
La novela de Philip K. Dick fue lanzada al público en 1975, que obtuvo el Premio John W. Campbell a la mejor novela de ese año, así como también fue nominada al Premio Nebula y al Premio Hugo. Y si bien la historia fue concebida en la década de los 70 del siglo pasado, la trama de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía se desarrolla en 1988, donde el futuro ya había alcanzado a la población de entonces (de 600 mil millones de almas en el mundo), donde la gente de la ciudad de Los Ángeles, como en el filme Blade Runner que transcurre ya en el nuevo milenio (en la historia), viaja en autos y en taxis que vuelan, llamados sutiles.
Así, en el 1988 del autor de thriller y ciencia ficción los autos voladores viajan por aire sin ningún problema, pues incluso se les puede introducir una tarjeta para que funcione el automático, como los vuelos comerciales en los aviones. Y aunque por aquella época en la vida real no se había desarrollado el sistema de localización al que hoy conocemos como GPS, en esa adelantada sociedad ya existía un mecanismo parecido para poder rastrear a una persona y localizarla, por mucho que intentara esconderse del estado policiaco en el que se vivía. Por supuesto, ese privilegio sólo lo podía disfrutar el propio estado policiaco prevaleciente.
Como en otras de sus obras futuristas, en esta novela la vida es un poco diferente a la que conocemos en la realidad, pues hay elementos que se han vuelto realidad a fines de la segunda década del siglo XXI y del tercer milenio (2022), fecha bastante lejana de los 80 creados por Philip K. Dick, que nos habla de un sistema muy parecido al internet y a las plataformas Netflix y HBO, aunque destinada para temas de pornografía semiclandestina.
Y los teléfonos de esa época también atraen la atención del lector más distraído. A esos se les conoce como visiofonos: son convencionales (no existen los móviles), pero ya se puede uno ver con el interlocutor a través de una pantalla, incluso en los taxis.
Por otro lado, algo inquietante en la fantasiosa década ochentera del Philip K. Dick es el hecho de estar legalizada la pederastia, pues un adulto puede perfectamente tener relaciones sexuales con un menor de los 12 años en adelante. Aunque no es bien vista esa medida por mucha gente sensata, ni más ni menos que ese es el sueño húmedo más preciado de todos los pederastas, aquí hecho realidad, ante la complacencia de las autoridades.
También, de manera gradual, han desaparecido las personas de raza negra, por lo que los pocos que viven aún están considerados como reliquias muy preciadas, de tal suerte que causarles algún daño cuesta un mínimo de 10 años de cárcel. La baja población negra es, no obstante, perversa por parte del estado policiaco: son esterilizados para que vayan disminuyendo en cada nueva generación, una forma muy conveniente de irlos exterminando poco a poco.
En esa época con un estado policiaco transcurre la historia en la que Taverner pierde su identidad y se convierte en una nopersona, al estilo del orwelliano 1984. Esa es una situación bastante difícil, incluso para un seis como él, que es una especie humana mejorada genéticamente, de tal forma que son más resistentes que una persona normal. Los seises no son muchos, pero de alguna manera se atraen entre sí por ser superiores a los demás. Bueno, eso no le vale de mucho a un famoso que vive en un país en el que los estudiantes están considerados fuera de la ley y, por tanto, viven en la clandestinidad.
Sobra decir que si un estudiante –o un maestro que se les haya unido— es detenido deambulando por alguna calle de la ciudad, de inmediato es enviado a los campos de concentración en los que se tienen que realizar trabajos forzados (como el que funciona en la ciudad de San Bernardino), destino en el que pueden ocurrir dos cosas: duran muchos años ahí o mueren antes de tiempo. Así, el no contar con identificación es la diferencia entre no ser molestado o cambiar por completo la vida del desdichado que cayó en ese bache, ya sea por su gusto o de manera involuntaria.
No es el caso de Jason Taverner (aunque podría pasar por un maestro con sus 43 años de edad), que con sus 30 millones de seguidores en la TV lleva una vida de ensueño, junto con su amante, la también cantante Heather Hart, que desprecia a todos sus fans. El caso es que, al terminar su programa, el cantante no sabe cómo fue que despertó en el cuarto de un hotel de mala muerte, pero con una buena suma de dinero a su lado, que le servirá para lo que hará a continuación.
En un estado policiaco, donde no se puede andar por la calle sin identificación, es obvio que florece el trabajo de los falsificadores. El empleado del hotel se encarga de conducir a Jason Taverner a la oficina de una joven con pasado sicótico, que es una experta en falsificar documentos oficiales (pasaporte, licencia de conducir, etcétera). El problema, sin embargo, es que tanto uno como la otra son soplones de la policía, por lo que no pasa mucho sin que McNulty, el policía que los tiene bajo su tutela, le eche el guante.
Pero no es con el policía McNulty con el que se las tiene que ver Jason Taverner, sino con el general Félix Buckman, un tipo que, a pesar de su alto rango en el oficio (aunque ha sido degradado de almirante a general por la ojetez de sus colegas), no tenía un pasado tan malo, pues se encargó, cuando le fue posible, de que en las granjas en las que estaban confinados los estudiantes, éstos fueran bañados, alimentados, recibieran medicamentos y se les dieran literas para dormir mucho más cómodos que en el suelo.
El problema es que su hermana gemela, Alys, muere trágicamente y a Jason Taverner se le complican las cosas por haber sido la última persona que la vio con vida. De ahí en adelante, el cantante tendrá que aclarar las cosas por haber sido parte de una sobredosis que lo llevó a ir a parar a la realidad de otra persona. El tema, aunque un poco complicado, es perfectamente entendible mediante se avanza en la lectura de la intrigante novela de un Philip K. Dick dueño del control.