POR Bibiano Moreno Montes de Oca
El éxito editorial de la novela Bajo el volcán, del escritor inglés Malcom Lowry, en buena medida se debe a que utilizó una historia centrada en un país extranjero y por su tono surrealista de principio a fin. En efecto: la trama ocurre en México y, por supuesto, fue escrita en el mismo estilo surrealista con el que poco tiempo después denominaría a nuestro país entero (México es el país más surrealista del mundo) el padre de esa corriente político-filosófica: el francés André Bretton.
La novela se centra en tres personajes centrales, como el cónsul inglés Geoffrey Firmin, su hermano Hugh e Yvonne, esposa del primero y amante del segundo; pero hay otros secundarios que enriquecen la trama, todos ellos mexicanos que giran alrededor de la celebración de un Día de Muertos, que es exactamente la duración de una historia introspectiva, salvo el primer capítulo (de doce en total) en el que varios recuerdan lo ocurrido un año atrás.
Así, la historia está centrada en el año de 1938, cuyas implicaciones políticas e históricas están presentes a todo lo largo de la trama. Por principio de cuentas, el cónsul inglés se encuentra en una fecha fatal para él y su propio país, pues está reciente la expropiación de las empresas petroleras, manejadas hasta entonces por los ingleses, por parte del presidente Lázaro Cárdenas, razón por la cual las relaciones diplomáticas entre ambos países están rotas.
El tema de los consulados sirve al autor de pretexto para hacer referencia a un dato histórico poco conocido: desde tiempos de don Porfirio Díaz los cónsules realizaban un trabajo de espionaje, razón por la cual estaban diseminados por muchos lugares en los que no eran propiamente necesarios, pagados por el gobierno porfirista. (Por cierto, la presencia de ingleses en México era mucho más notoria hasta antes de la expropiación petrolera. Después, aunque se reanudaron las relaciones entre Inglaterra y México, muchos consulados desaparecieron).
El caso es que Bajo el volcán es una novela de lectura difícil; de hecho, queda claro que el personaje del cónsul Geoffrey Firmin es el alter ego del propio Malcom Lowry, que durante el día en que transcurre la trama anda borracho como una cuba, exactamente como andaba en la vida real el propio autor, lo que a la postre lo llevó a la tumba de manera prematura. Pero no sería el suyo el único caso: algunas novelas de José Agustín denotan que el tipo andaba drogadísimo cuando escribió algunos de sus capítulos.
Así, una historia de más de 400 páginas no podría sintetizar un día si no es a base de introspección de los personajes centrales que realizan una extensa jornada en el Día de Muertos de 1938, donde sabemos que Hugh, el medio hermano del cónsul Geoffrey Firmin, viajó por barco por todo el mundo, así como que Yvonne, a la que conoció en Estados Unidos, es una actriz que relanzó su carrera en edad adulta, tras su exitoso lanzamiento a sus juveniles 15 años.
El contexto de la historia es claro: a nivel global el fantasma de la guerra está latente en el año que corre (uno antes de que inicie la Segunda Guerra Mundial); en lo local, en tanto, son cotidianos los actos de salvajismo de una sociedad que no se repone aún de los rescoldos de la etapa cristera. En el centro de todo, el alcoholismo del cónsul y de los que pueblan el entonces pueblo de Cuernavaca, Morelos, desde donde se tiene una agradable vista panorámica del Volcán Popocatépetl (de ahí el título novelístico) y su eterna acompañante Iztlacíhuatl, conocida como La mujer dormida.
El autor menciona todo el tiempo a Cuernavaca por su nombre en náuhatl, es decir Quauhnáhuac (solamente una vez se cita por su nombre en castellano), por entonces con dieciocho iglesias y cincuenta y siete cantinas. Y, claro, sin faltar sus personajes corruptos, entrañables (dos de ellos, un hombre y una mujer), tratando de salvarlo de la inminente muerte que le espera en manos de unos asesinos que se hacen pasar por policías y hasta por funcionarios municipales adentro de la cantina El Farolito.
Los términos de inglés, norteamericano (con el que lo suelen confundir por hablar el mismo idioma, aunque con acento diferente), judío, etcétera, son constantes; es más, el propio cónsul admite odiar a los judíos porque uno de ellos, de origen polaco, le hacía trampas en el pasado, presuponiendo que así son todos. Cabe aclarar que, en el pasado, el cónsul inglés trabajó a las órdenes de Su Majestad y, asimismo, ejerció la profesión de corresponsal del Globe, periódico londinense, por lo que practicaba dos profesiones: periodista y escritor.
En la novela se citan varios libros y películas de la época, especialmente una que se titula Las manos de Orlac, con la actuación del actor alemán Peter Lorre, pues se encuentra en esos momentos en la cartelera de un cine que se quedaba sin electricidad a media función. Por lo que se refiere a novelas, hay una excepcional referencia a La guerra y la paz, de León Tolstoi, por la proximidad de la conflagración mundial que se desencadenaría al siguiente año.
Al hablar sobre un pasaje de esa novela, Yvonne hace notar a Geoffrey Firmin de la clase de gente que participa en una guerra, lo que se podría aplicar a la actualidad, donde cualquier imbécil está dispuesto a tomar las armas… de dientes para afuera. El pasaje de La guerra y la paz ocurre en un tren, donde un hombre habla con tres voluntarios que van a participar “por la libertad” en la guerra civil española. El primer voluntario resultó ser “un fanfarrón degenerado que tenía la convicción, después de haber bebido, de estar realizando algo heroico”.
Añade la actriz Yvonne: “Y el segundo era un tipo que lo había intentado todo y en todo había sido un fracaso. Y el tercero (…), un artillero, fue el único que al principio le impresionó favorablemente. Y no obstante, ¿qué resultó ser? Un simple cadete que había fracasado en sus exámenes. Todos, ves, inadaptados, todos buenos para nada; cobardes, micos, mansos parásitos; todos y cada uno, sin excepción, temerosos de enfrentarse a sus responsabilidades, de luchar por sus causas, dispuestos a ir a cualquier parte…”
Por último, he de decir que hace años vi la película (en 1984) basada en la novela, con la dirección de John Huston, donde hace una recreación memorable de la historia de Malcom Lowry, obviamente sin citar mucho de lo que sucede en el original. Podrá parecer chocante, pero por el estilo del autor, sus rollos metafísicos y su alcoholismo omnipresente en Bajo el volcán, de plano me quedo mejor con la versión cinematográfica, con todo y que soy de la idea de que un filme pocas veces supera al libro en el que está basado.