POR Luis Fernando Moreno Mayoral
El 8M pasó sin mayores incidentes en Colima.
Aunque hubo, en efecto, activistas-mercenarias que querían incendiar el Estado, predominó la serenidad y la exigencia en cartulinas y consignas para que no las criminalicen.
La marcha era para todas: para las mujeres vejadas, oprimidas, madres que buscan a sus hijas; para quienes querían alzar la voz después de décadas de silencio, entre otras.
Se esperaban, además, mujeres que llevan días buscando a un sujeto señalado por tener nexos con el crimen organizado; una de las reventadoras que reconoció haber prendido fuego a la puerta de Palacio de Gobierno las invitó para seguir sacando raja política.
No fueron, por decencia.
Todo tipo de manifestaciones, por más genuinas que sean, van a ser infiltradas por grupos de interés que buscan notoriedad y tiene una agenda propia, a veces personal y a veces política.
La marcha del 8M en Colima no fue la excepción: una de las activistas que lucra con las tragedias y tiene el objetivo de posicionarse para buscar un cargo político en el 2027 acudió a azuzar a las mujeres que sólo querían exigir justicia.
Se incendió la puerta de Palacio de Gobierno porque ella así lo tenía en su agenda de agitación y arengas en contra de las autoridades; aunque la mayoría iba a pedir justicia y llevaron cartulinas señalando con nombre y apellido a quienes han cometido violencia en contra de las mujeres, la incitadora quería ir más allá.
Su voz, entre cientos que había ese sábado 8 de marzo, se ahogó entre las llamas y el humo que despedía el incendio; no hubo heridas ni reprimidas ni gaseadas ni baleadas ni nada.
El 8M en Colima debe seguir siendo un día de desahogo, de expulsar la frustración y de exigir justicia a las autoridades; no debe permitirse la violencia ni que grupos de interés introduzcan su agenda política ni rencores personales.
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